Ya no podemos/debemos estar tristes, como decia Harrison, all things must pass...
A falta de algo divertido que pueda venir a mi cabeza hoy, los dejo con el cuento de Perros de Alejandro Aura, un grande que se nos fue hace poco:
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Un señor pierde su perro. Está bien, cualquier señor cualquier día pierde su perro. Hay muchos señores que pierden su perro. O no. Pero éste es un señor que pierde su perro un día. Como cualquiera, digamos. Por decir algo: pierde su perro por angas o por mangas. Lo pierde porque se sale a la calle y entonces ya deja de tener perro porque los perros se pierden. No es que los perros se pierdan de por sí, porque tienen un olfato y unas patas que los guían, pero digamos que los perros se pierden cuando el olfato o las patas dejan de guiarlos. O cuando se pierden. Hay perros que se pierden.
Por decir algo: deja de estar en la casa. Y entonces el perro se da por perdido. Pero como es el perro de la casa su pérdida acarrea dolor. Trae una sensación como de que el perro se ha perdido; el que hacía tales y tales cosas, el que lo recibía a uno, el que ladraba, el que babeaba de tal modo. En fin, el perro. Pero deja de estar en la casa en cuanto se pierde, en cuanto uno se da cuenta de que no está. ¿Y el perro? No, pues se perdió. Cómo que se perdió. Sí, pues no está. Pero cómo que no está. No, no está. Se perdió.
Sin perro no se puede estar. O bueno, no se puede estar bien sin ese perro. Porque es el perro de la casa y se ha perdido. Cada uno de los de la casa tiene una idea del perro. Lo trata de alguna manera, lo quiere, le estorba. Y ya no hay perro que tratar ni perro que querer ni perro que le estorbe a uno. Ni perro que le ladre. Es que el perro se ha perdido. Algunas veces, sin embargo, los perros se pierden. Digamos que los perros tienen esa característica. Además de que uno los quiere, le estorban o los trata, los perros se pierden.
Y si el perro se pierde ya no hay perro. Hay muchos otros perros, pero ya no hay perro. Y muchos otros perros no son ningún perro. De modo que si el perro se pierde deja de haber perro. Oh, bueno, qué importan todos los perros. Importa el perro y si el perro se va... o, como decir, si el perro se pierde, queda un hueco. El hueco que el perro ocupaba. O no, no el hueco sino el lugar, el espacio, el tiempo que el perro ocupaba. El espacio, el tiempo, el lugarcito que el perro ocupaba.
Un señor ha perdido su perro. Por angas o por mangas ese señor está ya sin su perro. Pero no es ese señor solo, sino su mujer, sus hijos y su casa. O sea que todos han perdido su perro. Claro que el señor siente que ha perdido su perro, pero cada uno de los demás de la casa siente que ha perdido su perro. Y la casa misma siente que ha perdido su perro. Es decir, siente que ya no está. Punto.
Cada uno de los hijos siente, por su parte, que ha perdido su perro. Y la señora siente también, a su modo, que ha perdido su perro. No sólo el señor ha perdido su perro sino que el perro de todos se ha perdido. Y el perro de la casa, en general, se ha perdido.
Pero, cómo que se ha perdido. Pues sí, ya no está. Estaba la puerta abierta y el perro se fue. O alguien se lo llevó, o lo que sea pero el caso es que el perro ya no está y antes sí. Estaba allí, como un perro. Naturalmente. Como cualquier perro de cualquier casa. Su quehacer era estar allí y ladrar, dar con la cola, comerse todo lo que le quedaba cerca del hocico, hacerse el notorio, hacerse el disimulado. En fin: un perro. Pero ya no está. Se perdió el perro de todos, el perro de la casa.
Y la casa está idéntica, en el mismo lugar, con la misma gente, con las paredes del mismo alto, pero sin perro.
Carajo, no está el perro, dónde está, quién dejó la puerta abierta, qué no ven que se pudo haber salido. Y no está acostumbrado a andar solo por la calle. Dónde está el perro. Demonios, dónde está el perro. Quién carajos dejó la puerta abierta.
El caso es que el perro ya no está. Y el señor piensa, siente, que ha perdido su perro. Y cada uno de los demás que viven en la casa siente, sabe, que ha perdido su perro. El perro que tenían entre todos. El que era el perro de la casa. No su íntimo perro, sino su perro. El perro de cada uno de los de la casa. Qué lata.
¿Se pierden los perros? ¿Los perros son para perderse? A ver, veamos: el perro se salió. Estaba abierta la puerta. Si se salió se pudo haber perdido, o se pudo haber ido a alguna otra casa, o a alguna parte. Vamos a ver si se metió en alguna casa. Vamos a ver si anda por ahí. Si no, va a volver cuando le dé hambre. Lo mejor que le puede ocurrir a un perro perdido es que le dé hambre y vuelva a donde come. Ya está, no hay por qué preocuparse: cuando le dé hambre va a volver.
Chst, chst, chst, perro. Todos los que perdieron al perro van por las calles aledañas chistándole al perro. Al cabo va a volver. En cuanto le dé hambre va a volver. Chst, chst, perro, perrito. La casa es la única que no le puede chistar, pero está allí, sólida, es¬perando al perro. Espera y espera. Al cabo va a volver. Pero no vuelve.
Es decir, que el señor ha perdido su perro y su mujer del señor ha perdido su perro, y por consiguiente, sus hijos también perdieron su perro. No se diga la casa, que, aunque no diga, está desconcertada sin el perro. Porque todo está igual, no pasa nada, sólo que falta el perro. Es decir, que un señor ha perdido su perro. ¡Puta madre, tan buen perro!
Habiendo tantos perros, es lo de menos perder uno, piensa el señor, pero no se conforma. Sí es cierto que hay muchos perros, pero un perro es un perro. No es como un hijo: es un perro. Pero cómo se salió, quién dejó abierta la puerta, carajo, ¿qué no ven que se pudo haber salido el perro?
Pero un perro solo bien puede ir por las calles. Sortear los coches, hasta cierto punto. Digamos que hasta donde los coches pueden ser sorteados por un perro que no está acostumbrado a andar solo por las calles. O sí, aunque esté acostumbrado, hasta cierto punto. Es decir, que bien pudo haber sido atropellado por un coche en cualquier calle. Todos piensan, aunque no lo digan, que bien pudo ser atropellado por algún coche en alguna calle. Como decir: entonces el perro de la casa ya no va a volver, porque si ha sido atropellado por un coche, lo más seguro es que ya no vaya a volver. Ni siquiera rengo. Cualquiera piensa (señora, hijos, señor, casa) que bien puede no volver ya nunca si algo tan horrible le ha pasado. Y ese accidente les pasa con frecuencia a los perros en la calle. No es cosa del otro mundo. Lo pudo haber sido golpe muerto apachurrado tripas atropellado un coche y sanseacabó. Entonces no va a volver. Si le ha ocurrido un accidente.
Chst, chst, perro, perrito nuestro, perro. Bueno, puede no volver y entonces ya. Pero no es un perro que uno diga, bueno, si no vuelve, que no vuelva y ya. Porque no es un perro chico. El perro que se perdió del señor es un gran perro. Es decir, es un perro grande. Y es, además, el perro. Grande o chico, es el perro. Atropellado o perdido, o metido en cualquier otra casa, es el perro de uno y uno no tiene por qué aceptar que se le pierda su perro. Así nomás. Porque alguien dejó la puerta abierta, a lo baboso. Pero qué descuido, carajo, quién dejó la puerta abierta. ¿Y no vieron si alguien se lo llevó? Estaba tan grande y era tan buen perro que alguien se lo pudo haber llevado.
Aunque pasen días y días, uno piensa siempre que el perro va a volver. En cuanto le dé hambre. Sin embargo el argumento va perdiendo brillo. Ya le debe haber dado hambre y no ha vuelto. Demonio de perro. No ha vuelto. Ni aunque le haya dado ya hambre. A lo mejor lo atropelló un coche.
Cada quién ha de pensar algo parecido, pero nadie habla de eso. A lo mejor lo atropelló un coche, porque no sabía andar solo por la calle. Pero quién va a hablar de eso. El perro es un perro grande, bonito, fino; no muy educado, pero fino. Y grande, como para que cualquier coche que quisiera atropellarlo lo viera a tiempo de enfrenar. A menos que quisiera atropellarlo. Pero quién va a querer atropellar a un perro tan fino. No, en cuanto le dé hambre va a volver. Pero ya le debe haber dado hambre muchas veces. ¿Qué hace un perro fino cuando —y grande— le da hambre muchas veces? Volver. Hace volver. Pero no ha vuelto.
A lo mejor un señor de un coche que lo iba a atropellar y no quiso, se detuvo, se bajó del coche, sacó un mecate y trató —¡coño, qué perro tan grande, y tan fino!— de meterlo a su coche para llevárselo a su casa. Aunque fuera el perro de otra casa. A veces algunos ambicionan los perros de otras casas. Y más si el perro se salió de la casa, que está demudada, porque estaba la puerta abierta, y el señor estaba a punto de atropellarlo. Y claro que el señor del coche no sabe de dónde es ese perro. Ni sabe que un señor ha perdido su perro. Y no sólo un señor sino una señora y unos hijos, más la casa, que también lo ha perdido. Y trata de meterlo a su coche pero el perro se resiste, no le gusta el mecate. O no le gusta el señor. O no le gusta el coche. O el olor. Porque los perros se fijan en eso. El olor hace que el perro vuelva. Si es que vuelve. El olor y las patas, pues. El olor hace al perro.
Y en eso va pasando otro señor en otro coche que no tiene ni siquiera la intención, ni la posibilidad, de atropellar al perro, porque un señor de un coche lo está jalando con un mecate para meterlo en su coche. Oiga, señor, por qué jala a ese perro.
Pero este nuevo señor no es el del perro. Él no ha perdido ningún perro. O no ahora. Sino que le gustan los perros y siente algo raro. Cómo que lo está jalando con un mecate para meterlo en su coche. No ha de ser su perro. Porque si fuera, no tendría que jalarlo. Oiga, señor, por qué jala a ese perro. No es que le importe, sino que es un perro grande y fino al que un señor de un coche está jalando con un mecate para meterlo en su vehículo. Y el perro sí sabe que ese señor no es el señor de ese perro, ni trae a la señora ni a los niños, ya no digamos la casa de ese perro. Entonces, por qué lo jala con un mecate. Oiga, señor, por qué jala a ese perro grande y fi...
El señor del coche que no atropelló al perro pero lo está jalando con un mecate se sube a su coche y se va. Carajo, no debe haber sido su dueño, piensa el nuevo señor del otro coche. Qué dilema. Chst, chst, perrito, le dice, o le diría, o le habrá dicho, ve tú a saber, y el perro que ya perdió a su dueño y su casa y la señora y los niños y la perra memoria con el susto, se sube al coche del otro señor recién aparecido. Demonios, qué perros éstos. Y se va con el señor del otro coche. Qué predicamento. Los perros no tienen buena memoria. O, digamos, en ciertas circunstancias no les importa la memoria. O, lo que importa, en el caso de los perros perdidos, no es la memoria.
El caso es que el perro que perdió un señor (y, claro, una señora, unos niños, un plato, un jardín, una casa), acaba de subirse al coche de otro señor que no es el suyo y que tampoco tuvo la posibilidad de atropellarlo. Qué enredo.
Mientras tanto el señor, la señora y los niños y la casa y el plato que perdieron un perro están inconsolables. Por qué no usan teléfono los perros, coño. Cómo no pueden decir dónde andan si se pierden. Para qué se salen de la casa los perros de uno si no tienen recursos para decir de dónde son. Qué lata. El perro no aparece. Siquiera le hubiéramos puesto una medalla con sus datos. De modo que fuera un perro con una medalla de identificación. Hay perros así. Cómo, si abrimos la puerta, no le hemos puesto nunca una medalla de identificación al perro. Qué torpeza. Una medalla con la dirección y el teléfono. Y su nombre. Para que si se quedan con él sepan cómo se llama y no le anden diciendo chst, chst, perro, perro.
Pero el caso es que un señor ha perdido su perro. Y eso es lo que no está bien. No está bien que un señor pierda su perro. Por ningún motivo está bien. Siendo grande y fino, no está bien que ya no ladre, ni menee la cola así, ni enlode la ropa con la pata, ni lama la mano ni haga todas sus lecciones de perro. Carajo, dónde andará.
O adivinar si un señor que va pasando por una calle con su coche ve que otro señor, que está afuera de su coche, está tratando de meter un perro grande y fino en su coche con un mecate, le dice, oiga, señor, por qué jala a ese perro, y el señor del coche deslegitimado en ese instante, se sube a su vehículo y se va como si fuera un ladrón dejando al perro desamparado y asustado. Y jaloneado. Porque hay perros que no están acostumbrados a andar solos por la calle y cualquiera que les diga chst, chst, perrito, se los puede llevar. Siempre que no quieran jalarlos con un mecate.
Por lo tanto, el señor que no quiso, ni hubiera podido, atropellarlo, sino que le gustan los perros, le dice chst, chst, perrito, y el perro del señor que perdió su perro se sube al coche de otro señor que ni ha perdido su perro ni quería atropellar a ninguno ni sabe cuál es el señor, la señora, los niños, la casa y el plato que han perdido un perro. Qué odisea.
ero veamos: en una casa hay un señor al que le gustan los perros. Como hay muchos señores a los que les gustan los perros. No tiene nada de particular. Es un señor. Pero resulta que ese señor en particular se ha encontrado un perro. Cómo que te encontraste un perro. Pues sí, me encontré este perro. Se ve que es fino y es grande y es muy bonito. Ha de haber sido de alguien que lo perdió, porque éste es un perro fino. Alguien lo ha de haber perdido porque un señor de un coche que, por fortuna, no lo atropelló, lo estaba jalando con un mecate. Por qué jala usted al perro con un mecate, le iba a decir, pero el señor se subió a su coche y se fue y entonces el señor tiene ahora dos perros. Bueno, ahora tiene un perro y una perra, porque resulta que le encontró un perro al que otro señor de otro coche estaba jalando con un mecate y le dijo chst, chst, perro, perrito, perrito, y el perro se subió a su coche y se lo ha traído a su casa. Qué gusto pero qué contrariedad porque ahora tiene un perro y una perra, más una señora, unos hijos, una casa y un recipiente para darles de comer a dos perros. Uno que ya tenía, o más bien, una, y el que se encontró. Dos perros. Una casa con dos perros grandes y finos.
Cómo que te lo encontraste si es muy fino. Y muy grande. Sí, me lo encontré. Es como decir: estaba tirado y lo recogí y como no tenía dueño me lo traje a la casa. Quién será su dueño. Ha de tener un dueño. Ha de ser de algún señor que ha perdido su perro. Y a lo mejor el señor del perro tiene hijos y señora y casa, y ahora no tienen perro que les ladre. A lo mejor han perdido su perro. Qué contrariedad. Hay gente que pierde su perro. Por eso nunca hay que dejar la puerta abierta. Porque se salen y no pueden hablar por teléfono para decir estoy en tal o tal lugar, vengan por mí. Se pierden y ya: se perdieron. Uh, pues está muy grande y es muy fino. Y parece muy dócil, porque el señor nada más le dijo chst, chst, chiquito, y el perro se subió a su coche y por eso se lo trajo a su casa. Porque a dónde lo iba a llevar si los perros no dicen dónde viven y no dicen que un señor los perdió.
Lo de menos es que el perro se quede en la casa porque es de la misma raza que la perra de la casa y cuando la perra necesite reproducirse ya tiene perro que la ayude. Y qué perro. Un perro fino y dócil. Qué dócil es y qué fino. Y qué bonito. Se va a llamar Smith, porque es muy fino. No, mejor Maurice porque se ve que es un perro fino. Mejor hay que llamarlo Lobo. Chst, chst, Lobo, Lobo, ven. Pero el perro del señor que había perdido su perro no entiende ese nombre y no va. Chst. chst, Maurice, Maurice. Y no va. Smith, Smith, come in, come in. Y el perro va porque le están dando de comer a la perra y también le dan de comer al perro que un señor estaba jalando con un mecate, y así.
Pero, ¿pueden pasar muchos días sin que un perro perdido de una casa que tenía un señor, una señora, unos niños y un plato, se ponga triste? Está muy triste Lobo. Ven, Smith, no te pongas triste. Maurice, Maurice, por qué estás triste. Coño, cómo le haremos, el perro está triste. Ya tiene muchos días en la casa del señor que ya tenía perro —perra— pero cada día está más triste. Así los perros no pueden estar. Para qué los quiere uno así. So¬bre todo los perros que se pierden. Deberían traer una medalla al cuello con su nombre y su dirección. Porque si alguien los pierde los perros se ponen tristes. Qué caos.
¿Estará vacunado? ¿Este perro estará vacunado? Sí, tiene una medalla al cuello con la fecha de su vacuna. O sea, que sí está vacunado. No le puede dar rabia, ni moquillo. Así que era un perro al que vacunaron. ¿Te vacunaron, Smith? Maurice, Lobo, te vacunaron, ¿verdad? Habla, perrito, habla. ¿No vas a hablar? No, claro. Si hablaran no se perderían. Así es que en la medalla está el nombre de su veterinario. Con el teléfono y la dirección de su veterinario. Uf. Vamos a ver si el veterinario sabe de quién es este perro, porque está muy triste.
Mire, doctor: un mecate, sí, con un mecate. No, grande, y fino. Nosotros, Smith, pero no sabemos. Negro y muy dócil. En tales y tales calles. A lo mejor es de un señor que perdió su pe¬rro. Muy triste. Por eso, muy triste. Unos aullidos que parecen mugidos de vaca. Es decir, como de toro. Como quien dice, uno oye y parece un toro mugiendo. Nosotros, una perra de la misma raza. No, ella no. Es que un perro así. No, no puede andar sin que alguien diga qué bonito perro, me lo llevo a mi casa. Collar, sí, pero sólo con la medalla de la vacunación que dice que lo vacunaron contra la rabia (y de seguro contra el moquillo, ¿no? ¿Usted vacuna? Ah, porque nosotros también tenemos, y como está muy triste. Una tragedia. ¿Como de detectives? Ja, ja. Sí, como de detectives. Pues mis hijos. Y una señora. Nuestra perra tiene una señora y un señor, bueno, me tiene, y unos hijos y comprendemos. Casa y plato. Pero es que un señor afuera de su coche, un día, con un mecate, en tal y tal esquina. Perrito, chst, perrito. Se lo voy a agradecer mucho porque está muy triste.
Tantos perros tiene la clínica. Tantas vacunas. A ver qué perros finos hay por tal y tal calles. Qué perros, nosotros. Mire, debe de ser el perro de tal señor. Digamos: no sé, pero podría ser tal perro. Como decir, podría ser cualquier perro, pero a ver. Porque a veces se pierden. Tal número de teléfono, tal nombre.
¿Bueno? Que si aquí hay un señor que ha perdido un perro.